¿Es Spotify el (único) problema?
Hace algunas semanas el fundador de Spotify, Daniel Ek, anunció una inversión de más de 600 millones de dólares en una startup de armamento militar autónomo. Más allá de lo curioso de la inversión, como era de esperar, varias voces se alzaron en contra. Bandas como Deerhoof, Xiu Xiu y King Gizzard and The Lizard Wizard amenazaron con retirarse de la plataforma argumentando que no querían que su música terminada alimentando la "muerte de personas". La reacción es superficialmente comprensible, pero hay otra pregunta más profunda: ¿es realmente Spotify el malo de esta historia, o es simplemente el síntoma de un problema probablemente mayor?
Cualquier músico independiente local te dirá que Spotify es una de las peores opciones disponibles. No solo paga una de las tarifas más bajas por reproducción, sino que su proceso técnico de normalización suele destrozar el trabajo de mezcla y masterización que a los productores y músicos les toma meses crear. Al mismo tiempo, los grandes sellos discográficos históricamente se han llevado la gran parte del dinero que genera la industria, que además tienen porcentajes importantes de propiedad en Spotify y, por cierto, todo un tinglado para mantener las cosas tal como están. Mientras no haya una avalancha de grandes nombres abandonando la plataforma, el sistema seguirá funcionando igual. Como ha funcionado, de hecho, desde antes de Spotify.
Pero Spotify se convirtió en mucho más que una plataforma: hoy es la lengua franca para escuchar y compartir música digital. Tal como pasa con WhatsApp para comunicarse hay una dependencia más que funcional con Spotify. No solo asumimos que todo el mundo tiene una cuenta ahí (¿Por qué no?), ni tampoco es solo tu biblioteca musical digital, sino que son también años de playlists, recuerdos e historias personales. Ah, y mientras esto pasa, se suben casi cien mil canciones diarias a las plataformas (¿Cuántas de esas hechas con inteligencia artificial?). Pregunta sincera, ¿realmente necesitamos acceso a todas esas canciones?
Si todo lo anterior es cierto, el problema no es Spotify, sino la industria musical. Mientras los sellos mantengan el poder (que habían perdido con la internet y recuperaron en una carambola espectacular), y los grandes artistas no tomen posiciones más radicales, las alternativas a Spotify o equivalentes seguirán siendo un nicho para unos pocos. Quizás lentamente volvamos a lo básico: a la curaduría real, al descubrimiento genuino, a volver a escuchar radios (como la probablemente mejor radio del mundo), a buscar esa sensación de ilusión y sorpresa al recibir un cassette con canciones grabadas cuidadosamente, una a una, de alguna parte.